La isla Bồ Hòn aparece como una pared de caliza en medio de la bahía de Hạ Long. No es grande, apenas unos kilómetros cuadrados, pero en su interior se esconden varias cuevas. La más conocida es Sửng Sốt, la “cueva de la sorpresa”.
El acceso obliga a subir un centenar de escalones de piedra entre árboles húmedos. La entrada es pequeña y no anticipa nada parfticular. Una vez dentro, el espacio se abre de golpe: salas inmensas, más de 12.000 metros cuadrados, iluminadas artificialmente para resaltar estalactitas y estalagmitas que parecen esculturas. Algunas recuerdan a animales, otras a figuras humanas. Otras ... no recuerdan a nada, pero la insistencia del guía y la sugestión colectiva logran desperezar la imaginación.
La cueva está ligada a la leyenda de Thanh Gióng, héroe mítico que habría dejado aquí huellas de caballo y espada después de derrotar invasores. La historia encaja bien con las formas caprichosas de la roca.
Fuera de la cueva, la isla conserva vegetación densa y un ecosistema vulnerable: orquídeas, árboles banyan, se supone que algún mono dorado (que no vimos). Conviven las colas de barcos con la fragilidad de un entorno que necesitaría más cuidado. Me quedo con esa sensación: lo espectacular del interior de la cueva y lo precario del equilibrio natural en el exterior.
La "sorpresa" no está solo en la geología, también en la conciencia de que este paisaje depende de cómo lo tratemos.