Lo curioso es que no es un puente cualquiera: tiene techo, está cubierto y protegido con madera, lo que lo hace más parecido a un pequeño templo que a una simple pasarela. En su interior se encuentran tallas de madera, y en uno de los extremos aún se conserv
an estatuas de monos y perros que, según la tradición, representan los años en que comenzó y terminó su construcción. La mezcla de estilos es evidente: aunque lo levantaron japoneses, los vietnamitas y chinos añadieron decoraciones propias, logrando un híbrido arquitectónico que refleja la convivencia (y las tensiones) de aquella época.
El puente es también un recordatorio del papel que jugó Hoi An en las primeras globalizaciones: mercaderes que llegaban, levantaban casas, templos y puentes, y luego desaparecían dejando marcas indelebles.