viernes, 5 de septiembre de 2025

Hoi An ... de noche





La primera noche en Hoi An esperaba caminar por la ribera del Thu Bon, rodeado de linternas, faroles y reflejos en el agua. Todo parecía prometer ese exotismo romántico que venden las guías: un pueblo detenido en el tiempo, con la luz cálida de las velas flotando río abajo. Y sí, la postal del "río abajo" todavía existe… pero donde antes había una penumbra sugerente, hoy hay LED a discreción, colores chillones que parecen diseñados por un comité de feriantes con resaca.
El contraste es brutal: el recuerdo de una tradición delicada, donde una llama temblaba dentro del papel, frente a esta indigencia estética diodal que arrasa sin pudor. El LED no parpadea, no respira, no acompaña. Te lanza una luz fría o una saturación absurda de magentas imposibles. En ese sentido, Hoi An de noche tiene algo de parque temático que no sabe frenar: cada tienda compite en quién cuelga más faroles eléctricos, como si la belleza se midiera en lúmenes.

Caminar por las calles del casco antiguo, con sus fachadas coloniales de colores ocre terrosos, sigue siendo un espectáculo. Pero la atmósfera se ha desplazado: ya no es la sutileza de lo tenue, sino el exceso del neón disimulado en papel de linterna. Y no puedo evitar pensar en cómo la globalización devora símbolos culturales, los simplifica, los ilumina con tecnología barata y luego los vende como “auténticos”. La paradoja está servida: lo falso funciona, atrae multitudes, mueve dinero. Lo verdadero queda reducido a un gesto nostálgico, apenas perceptible en los rincones donde alguien todavía se resiste a cambiar la vela por el interruptor.





















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