
En Ba Na Hills me encontré con esa sensación rara de parque temático que quiere disfrazarse de Europa, pero que acaba pareciendo una caricatura hecha en cartón-piedra ¡Por Dios! Esa plaza con fachadas de imitación gótica (a la Notre Dame) y otras de estilo normando, con sus torreones y balcones de pega, es como una versión vietnamita del Paris de Las Vegas: sabes que no estás en París, ... pero igual lo disfrutas. La diferencia es que en Las Vegas el kitsch se asume con orgullo de parque temático; aquí, en cambio, parecía que intentaban vender la ilusión de que aquello era Europa de verdad. Y claro, uno no sabe si reír o tomárselo como un ejercicio antropológico.

Ba Na Hills no es solo un parque en la cima de una montaña. Es un proyecto de Sun Group, un conglomerado privado vietnamita que en dos décadas ha tejido un imperio de resorts, teleféricos, parques temáticos y urbanizaciones de lujo. Su teleférico en Da Nang, de hecho, fue récord Guinness por longitud y desnivel: no es un capricho, es marketing global para atraer al turismo internacional.
Detrás de esas fachadas medievales de cartón piedra se mueve muchísimo dinero. Ba Na Hills es la punta de lanza de un modelo que en Vietnam se repite en Sapa, Ha Long o Phu Quoc: parques temáticos que sustituyen o reinterpretan el patrimonio natural y cultural con versiones digeribles para Instagram. La inversión inicial es astronómica —miles de millones de dólares en infraestructuras— y el retorno llega vía entrada (carísima para estándares locales), hotelería, restauración y paquetes turísticos que capturan al viajero desde el aeropuerto hasta la última foto con dron.
Las consecuencias son ambiguas. Por un lado, empleo y turismo masivo que alimenta la economía local; por otro, una homogeneización cultural que barre la memoria de los lugares. Ba Na Hills ya no es “la montaña de Ba Na”, con sus templos y su clima fresco: ahora es “el sitio de las manos gigantes”, pensado para que subas, poses y te vayas. Es la misma lógica de Las Vegas, pero aquí se da en un país donde las desigualdades son (aún más) brutales: el contraste entre la opulencia del parque y la precariedad de muchas aldeas de la zona es demasiado visible.
También hay una lectura política. Estos megaproyectos requieren permisos, expropiaciones y apoyo del Estado, lo que habla de un Vietnam que apuesta por privatizar el paisaje a favor de corporaciones locales que actúan casi como mini-Estados dentro del país. Sun Group y Vingroup son, en la práctica, un ministerio de asuntos turísticos privado, con capacidad de moldear cómo se muestra Vietnam al mundo.
Así que sí, Ba Na Hills es postureo… pero también es un símbolo: del capitalismo turístico global llegando a Vietnam, del consumo de experiencias rápidas, y de cómo se están reescribiendo las montañas, las bahías y hasta las ciudades enteras para encajar en el molde de la foto perfecta.
Lo que sí tengo claro es que fue un lugar de puro postureo. Basta revisar mis fotos: nunca había acumulado tantos posados en un mismo sitio (un poco como en Train Street). El puente dorado sostenido por manos de cemento gigante es la prueba más evidente: el monumento no está diseñado para durar siglos, sino para saturar Instagram. Y funciona. No hay templo ni mercado en todo el viaje donde haya visto tantos posados. Eso también dice algo de nosotros, claro, porque seguimos entrando al juego.
En el fondo, Ba Na Hills es un espejo: refleja la fiebre global por fabricar escenarios listos para la foto, aunque la historia y el contexto se queden en segundo plano.



Ba Na Hills no es solo un parque en la cima de una montaña. Es un proyecto de Sun Group, un conglomerado privado vietnamita que en dos décadas ha tejido un imperio de resorts, teleféricos, parques temáticos y urbanizaciones de lujo. Su teleférico en Da Nang, de hecho, fue récord Guinness por longitud y desnivel: no es un capricho, es marketing global para atraer al turismo internacional.
Detrás de esas fachadas medievales de cartón piedra se mueve muchísimo dinero. Ba Na Hills es la punta de lanza de un modelo que en Vietnam se repite en Sapa, Ha Long o Phu Quoc: parques temáticos que sustituyen o reinterpretan el patrimonio natural y cultural con versiones digeribles para Instagram. La inversión inicial es astronómica —miles de millones de dólares en infraestructuras— y el retorno llega vía entrada (carísima para estándares locales), hotelería, restauración y paquetes turísticos que capturan al viajero desde el aeropuerto hasta la última foto con dron.
Las consecuencias son ambiguas. Por un lado, empleo y turismo masivo que alimenta la economía local; por otro, una homogeneización cultural que barre la memoria de los lugares. Ba Na Hills ya no es “la montaña de Ba Na”, con sus templos y su clima fresco: ahora es “el sitio de las manos gigantes”, pensado para que subas, poses y te vayas. Es la misma lógica de Las Vegas, pero aquí se da en un país donde las desigualdades son (aún más) brutales: el contraste entre la opulencia del parque y la precariedad de muchas aldeas de la zona es demasiado visible.
También hay una lectura política. Estos megaproyectos requieren permisos, expropiaciones y apoyo del Estado, lo que habla de un Vietnam que apuesta por privatizar el paisaje a favor de corporaciones locales que actúan casi como mini-Estados dentro del país. Sun Group y Vingroup son, en la práctica, un ministerio de asuntos turísticos privado, con capacidad de moldear cómo se muestra Vietnam al mundo.
Así que sí, Ba Na Hills es postureo… pero también es un símbolo: del capitalismo turístico global llegando a Vietnam, del consumo de experiencias rápidas, y de cómo se están reescribiendo las montañas, las bahías y hasta las ciudades enteras para encajar en el molde de la foto perfecta.