
El acceso a Hang Luồn no se hace en un barco grande. La entrada es demasiado baja. Hay dos opciones: kayak o barca de remos manejada por locales.
La sensación es distinta a la de cualquier crucero por la bahía. Estar tan cerca del agua hace que la cueva se sienta más íntima. El túnel no impresiona por su tamaño, sino por lo que esconde. Desde fuera parece una grieta oscura en la roca. Por dentro, apenas unos metros de techo calizo que obligan a agacharse. Al salir, se abre un lago cerrado por paredes verticales. Es como entrar en un patio natural, verde por todos lados, con el agua quieta.
La laguna interior impone respeto. La vegetación trepa como puede por las paredes. Entre las grietas asoman plantas que sobreviven con lo mínimo.
En el regreso, al volver a atravesar la cueva, la luz de la bahía entra de golpe. Después de la calma del lago, reencontrarse con el ruido de los barcos y los grupos es un contraste fuerte.


En el regreso, al volver a atravesar la cueva, la luz de la bahía entra de golpe. Después de la calma del lago, reencontrarse con el ruido de los barcos y los grupos es un contraste fuerte.

