lunes, 29 de septiembre de 2025

Mausoleo de Tự Đức


Avanzar por el mausoleo de Tự Đức es entrar en una paradoja hecha de piedra, agua y silencio. En apariencia, todo respira armonía: estanques de aguas verdes clamas, pabellones de madera abiertos a los reflejos del agua, muros recubiertos de mosaicos con dragones y caracteres chinos que repiten una palabra casi obsesiva: Khiêm, humildad. Sin embargo, detrás de esa estética refinada hay una historia áspera de trabajo forzado, rebelión y miedo al olvido.

Khiêm

Tự Đức reinó entre 1848 y 1883, uno de los mandatos más largos de la dinastía Nguyễn. Era un emperador culto, poeta y amante de las artes, pero políticamente débil. Durante su tiempo, Vietnam quedó sometido a la presión creciente de Francia, que acabaría convirtiendo el país en colonia. Mientras tanto, dentro del imperio se multiplicaban las rebeliones campesinas, hartas de impuestos y de la «corvea»: el trabajo obligatorio que, entre otras cosas, se utilizó para levantar este mismo mausoleo. Las crónicas dicen que la construcción provocó tal desgaste en la población que hubo una sublevación en 1866.

El complejo funciona como un espejo de la personalidad del monarca. Más que una tumba, es un retiro anticipado: Tự Đức lo utilizó en vida para escribir, meditar, recibir a su corte y hasta asistir a representaciones en su propio teatro privado, el Minh Khiêm, uno de los más antiguos que todavía existen en Vietnam. El lago Lưu Khiêm, con sus pabellones a la orilla, era escenario de paseos en barca y recitales de poesía. En esos rincones queda claro que Tự Đức pensaba más en la eternidad de la palabra y la belleza que en la supervivencia política de su dinastía.

El contraste es brutal cuando se llega al área funeraria. Allí se levanta una tumba de piedra que todos veneran, pero que probablemente esté vacía: el lugar real de enterramiento se mantuvo secreto y quienes lo conocieron fueron ejecutados. Es el colmo de la obsesión imperial: un sepulcro simbólico que protege la desaparición real. A su lado, una estela monumental de veinte toneladas recoge el epitafio más largo de Vietnam, redactado por el propio emperador en más de 4.900 caracteres chinos. En él se describe con un tono ambiguo —entre la confesión y la vanidad— su propio reinado.

Visitar Khiêm Lăng hoy significa enfrentarse a esa tensión: el refinamiento cultural de un emperador que se creía humilde, pero levantó un mausoleo fastuoso con el sudor de campesinos exhaustos; la belleza arquitectónica que aún fascina a turistas y fotógrafos, frente a la fragilidad política de un país que entraba en la era colonial. Todo ello envuelto en la calma aparente de árboles, muros envejecidos y aguas inmóviles que parecen guardar, con discreción, los secretos de un monarca que no quiso ser olvidado.