domingo, 21 de septiembre de 2025

Ba Na Hills




En Ba Na Hills me encontré con esa sensación rara de parque temático que quiere disfrazarse de Europa, pero que acaba pareciendo una caricatura hecha en cartón-piedra ¡Por Dios! Esa plaza con fachadas de imitación gótica (a la Notre Dame) y otras de estilo normando, con sus torreones y balcones de pega, es como una versión vietnamita del Paris de Las Vegas: sabes que no estás en París, ... pero igual lo disfrutas. La diferencia es que en Las Vegas el kitsch se asume con orgullo de parque temático; aquí, en cambio, parecía que intentaban vender la ilusión de que aquello era Europa de verdad. Y claro, uno no sabe si reír o tomárselo como un ejercicio antropológico.

Lo que sí tengo claro es que fue un lugar de puro postureo. Basta revisar mis fotos: nunca había acumulado tantos posados en un mismo sitio (un poco como en Train Street). El puente dorado sostenido por manos de cemento gigante es la prueba más evidente: el monumento no está diseñado para durar siglos, sino para saturar Instagram. Y funciona. No hay templo ni mercado en todo el viaje donde haya visto tantos posados. Eso también dice algo de nosotros, claro, porque seguimos entrando al juego.
En el fondo, Ba Na Hills es un espejo: refleja la fiebre global por fabricar escenarios listos para la foto, aunque la historia y el contexto se queden en segundo plano.













Ba Na Hills no es solo un parque en la cima de una montaña. Es un proyecto de Sun Group, un conglomerado privado vietnamita que en dos décadas ha tejido un imperio de resorts, teleféricos, parques temáticos y urbanizaciones de lujo. Su teleférico en Da Nang, de hecho, fue récord Guinness por longitud y desnivel: no es un capricho, es marketing global para atraer al turismo internacional.

Detrás de esas fachadas medievales de cartón piedra se mueve muchísimo dinero. Ba Na Hills es la punta de lanza de un modelo que en Vietnam se repite en Sapa, Ha Long o Phu Quoc: parques temáticos que sustituyen o reinterpretan el patrimonio natural y cultural con versiones digeribles para Instagram. La inversión inicial es astronómica —miles de millones de dólares en infraestructuras— y el retorno llega vía entrada (carísima para estándares locales), hotelería, restauración y paquetes turísticos que capturan al viajero desde el aeropuerto hasta la última foto con dron.

Las consecuencias son ambiguas. Por un lado, empleo y turismo masivo que alimenta la economía local; por otro, una homogeneización cultural que barre la memoria de los lugares. Ba Na Hills ya no es “la montaña de Ba Na”, con sus templos y su clima fresco: ahora es “el sitio de las manos gigantes”, pensado para que subas, poses y te vayas. Es la misma lógica de Las Vegas, pero aquí se da en un país donde las desigualdades son (aún más) brutales: el contraste entre la opulencia del parque y la precariedad de muchas aldeas de la zona es demasiado visible.

También hay una lectura política. Estos megaproyectos requieren permisos, expropiaciones y apoyo del Estado, lo que habla de un Vietnam que apuesta por privatizar el paisaje a favor de corporaciones locales que actúan casi como mini-Estados dentro del país. Sun Group y Vingroup son, en la práctica, un ministerio de asuntos turísticos privado, con capacidad de moldear cómo se muestra Vietnam al mundo.
Así que sí, Ba Na Hills es postureo… pero también es un símbolo: del capitalismo turístico global llegando a Vietnam, del consumo de experiencias rápidas, y de cómo se están reescribiendo las montañas, las bahías y hasta las ciudades enteras para encajar en el molde de la foto perfecta.



























jueves, 11 de septiembre de 2025

Taller de seda Thang Loi


El recorrido por el taller de seda Thang Loi (http://www.thangloi-hoian.com/) se convirtió en una especie de viaje comprimido a través de la historia textil de Hoi An. Las fotos que tomaste muestran con nitidez las distintas fases: los gusanos de seda revolviéndose sobre hojas de morera, las manos tensas de las bordadoras hundiendo la aguja en la tela negra, el hilo amarillo estirado en un telar de madera que parece salido del siglo XIX, y al final, la escena más personal: tu familia siendo medida entre estanterías abarrotadas de tejidos de todos los colores.

Ese contraste es la esencia del lugar: de un lado la crudeza de los gusanos —vida que se sacrifica para obtener el hilo brillante— y del otro el artificio elegante de los vestidos que prometen en apenas unas horas. La aguja entrando y saliendo con paciencia infinita recuerda que antes de ser souvenir para turistas ansiosos, la seda fue símbolo de estatus, riqueza y rutas comerciales globales.

Las mujeres del taller, vestidas con sus túnicas amarillas, mueven el cuerpo en sincronía: una mide, otra apunta, otra acomoda la tela en el telar. La rapidez casi coreográfica del proceso habla de oficio, pero también de adaptación a la demanda extranjera: producir a medida y sin pausa, en un contexto donde el tiempo del turista vale tanto como el tejido mismo.

El telar antiguo, las madejas brillantes, los bordados minuciosos y la cinta métrica en el cuello de la modista forman una escena difícil de olvidar. Es casi un teatro, pero un teatro real: las manos que ves en esas fotos llevan años repitiendo esos gestos.















El paso por Thang Loi también tuvo un punto cómico que no se puede obviar: la desproporción de tamaños entre quienes medían y quienes eran medidos. La modista con su túnica amarilla intentando rodear con la cinta métrica hombros que le quedaban a la altura de los ojos. Y la compañera tomando notas con gesto solemne, como si estuviera levantando un acta notarial.





Puente japonés de Hoi An


El Puente Japonés de Hoi An es uno de esos lugares que resumen, en un solo golpe de vista, la mezcla histórica que define esta ciudad. Fue construido a finales del siglo XVI por la comunidad japonesa que vivía en Hoi An, en pleno auge comercial, cuando el puerto era escala obligada en las rutas entre China, Japón y el sudeste asiático. Su función era práctica —unir los barrios japonés y chino separados por un canal—, pero con el tiempo se convirtió en un símbolo de identidad.

Lo curioso es que no es un puente cualquiera: tiene techo, está cubierto y protegido con madera, lo que lo hace más parecido a un pequeño templo que a una simple pasarela. En su interior se encuentran tallas de madera, y en uno de los extremos aún se conserv

an estatuas de monos y perros que, según la tradición, representan los años en que comenzó y terminó su construcción. La mezcla de estilos es evidente: aunque lo levantaron japoneses, los vietnamitas y chinos añadieron decoraciones propias, logrando un híbrido arquitectónico que refleja la convivencia (y las tensiones) de aquella época.

El puente es también un recordatorio del papel que jugó Hoi An en las primeras globalizaciones: mercaderes que llegaban, levantaban casas, templos y puentes, y luego desaparecían dejando marcas indelebles. 







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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Casa Antigua de Tan Ky



La Casa Antigua de Tân Ký es uno de esos rincones de Hoi An que actúan como cata histórica razonablemente fidedigna. Construida hace más de dos siglos por una familia de comerciantes vietnamitas, la casa mezcla influencias chinas y japonesas en su estructura de madera oscura, con columnas talladas y un patio interior pensado para ventilar durante los meses húmedos.

Lo interesante no es solo la arquitectura, sino lo que representa: un ejemplo vivo del pasado mercantil de Hoi An, cuando la ciudad era un puerto internacional donde se mezclaban lenguas, mercancías y estilos de vida. Los símbolos tallados en la madera —murciélagos para la prosperidad, peces para la perseverancia— recuerdan la conexión directa con la tradición china, mientras los arcos y proporciones hablan de ese diálogo con Japón.

En el interior, todavía se conservan objetos familiares y utensilios originales, y lo más llamativo es la “marca del agua” en las paredes: líneas que registran hasta dónde llegó el nivel del río Thu Bồn durante las grandes inundaciones. Es un recordatorio de que la vida aquí siempre estuvo marcada por la abundancia y el desastre, el comercio floreciente y las crecidas repentinas.








Centro histórico de Hoi An


Caminar por el centro histórico de Hoi An es como abrir un libro de muchas capas: algunas páginas brillan en colores intensos y otras rezuman humedad y desgaste.

Las farolas de papel colgando de los árboles marcan la identidad más repetida de la ciudad. Pero basta meterse en los callejones estrechos, con paredes descascaradas y musgo, para ver la otra cara: esa mezcla de decadencia y resistencia que hace auténtico al casco viejo. 

Los muros amarillos dominan todo. En uno de ellos, un cartel casi de postal: “From Hoi An with love”. Es la mercantilización del encanto, la estética empaquetada para Instagram. Y al lado, talleres de artesanos que trabajan madera con gubias gastadas, recordando que aquí todavía se producen objetos que no nacen del plástico ni del souvenir masivo.

En el suelo, una silla de plástico vieja, arañada, con las capas de pintura peleándose entre sí. Ese asiento habla más de la vida cotidiana que todas las linternas colgadas juntas. A pocos pasos, el río, con embarcaderos adornados con banderas rojas y farolillos multicolor, marca la frontera entre la postal turística y la rutina de los vecinos.

También aparecen los espacios de arte: galerías improvisadas donde las bicicletas se apoyan en las paredes y los cuadros se exponen casi hasta en la acera. Y entre los pasajes, motos y bicis estacionadas en fila en callejones tan estrechos que obligan a avanzar de lado.

Las tiendas de linternas concentran la paleta entera de Hoi An: azules, rojos, verdes, dorados, listos para colgarse en cualquier salón occidental. Mientras, las fachadas coloniales, con su pintura amarilla y contraventanas oscuras, recuerdan que esta ciudad fue moldeada por manos vietnamitas, chinas y francesas, y que el comercio siempre estuvo en el centro de todo.

Hoi An es una coreografía extraña: la ciudad museo con la ciudad real. El brillo de los farolillos frente al óxido de las sillas, el marketing turístico frente al trabajo manual, el turista detenido para la foto frente a la mujer que sigue vendiendo. Todo cabe en la misma calle estrecha.