El río Perfume: el nombre sugiere fragancia, pero ya no queda en el aire el aroma de las flores que, hace siglos, caían desde las montañas y perfumaban su cauce. Hoy, el río arrastra el olor dulzón del calor y del gasóleo, un reflejo más realista del país que se reconstruye sobre la marcha. Las embarcaciones —esos dragones de madera pintada— apenas disimulan su fragilidad: planchas de hierro delgado, remaches flojos, motores de motocicleta reconvertidos en propulsores ... asientos de seguridad, anatómico—ergonómicos.
No hay lujo, pero sí dignidad. El trayecto es lento, casi doméstico, con ventiladores que giran sin fuerza y sillas de plástico que se mueven con el vaivén del agua. Desde cubierta se suceden los puentes de historia y modernidad mal ensambladas— como si Hue intentara unir pasado imperial y presente turístico sin conseguir soldarlos del todo.
El río ya no huele a perfume, pero sigue siendo un espejo donde Vietnam se mira: bello, frágil, contradictorio y persistente.



