
Horas antes, todavía en la luz del día.
En pleno corazón de Hanói, el bullicio de la ciudad se disipa al acercarnos al lago Hoàn Kiếm. Frente a nosotros se alza la entrada monumental del templo Ngọc Sơn, con pilares blancos cubiertos de inscripciones caligráficas y dragones pintados en tonos azul y oro. El acceso marca un umbral simbólico: más que una simple entrada, sentimos que es la transición entre el ritmo urbano y un espacio cargado de calma espiritual.
El puente Thê Húc, con su inconfundible madera roja, se extiende sobre las aguas verdes como un hilo luminoso. Avanzamos por él con la sensación de cruzar hacia un lugar distinto, mientras los reflejos del agua y el movimiento pausado de los visitantes convierten el trayecto en parte de la experiencia.


A través de portales ornamentados, nos adentramos en el recinto. Los murales muestran dragones y criaturas míticas, las piedras grabadas con caracteres antiguos parecen guardar secretos, y el olor tenue del incienso nos acompaña en el recorrido. El color y la textura de cada superficie transmiten la permanencia de un legado cultural y espiritual.
En el patio central, un pebetero de bronce rebosa de varillas encendidas. El humo asciende lentamente hacia lo alto, en contraste con los bonsáis que lo rodean, firmes y silenciosos. La solemnidad de la escena transforma el tiempo y lo vuelve más lento, como si el templo nos invitara a respirar a su propio ritmo.
En el patio central, un pebetero de bronce rebosa de varillas encendidas. El humo asciende lentamente hacia lo alto, en contraste con los bonsáis que lo rodean, firmes y silenciosos. La solemnidad de la escena transforma el tiempo y lo vuelve más lento, como si el templo nos invitara a respirar a su propio ritmo.
En una de las salas principales nos detenemos frente a las célebres tortugas del lago, ahora conservadas dentro de sendas vitrinas. Son los cuerpos embalsamados de los dos últimos guardianes que habitaron el Hoàn Kiếm. Su presencia impone respeto: encarnan la leyenda del rey Lê Lợi y la espada mágica, pero también representan la memoria natural de Hanói y el vínculo profundo entre el lago y su gente.

El recorrido se completa con escenas vivas.
En otra sala, un maestro calígrafo vestido con túnica azul ceremonial traza caracteres sobre papel rojo. Cada pincelada es firme, pausada, y transmite la continuidad de una tradición que mantiene unido el arte y la espiritualidad. Incluso en los muros exteriores encontramos símbolos de celebración: un mural de flores rojas y amarillas se extiende con la fuerza de un estallido cromático, recordándonos que la devoción también se expresa en color y fiesta.

