
Accedemos al templo por la Puerta del Gran Medio, blanca y maciza, coronada por dragones estilizados que miran hacia el cielo. Sus muros, manchados por el tiempo y la humedad, evocan la solemnidad de un edificio que funcionó como frontera entre lo común y lo académico. La puerta marca el inicio de una secuencia ritualizada: cinco patios alineados de este a oeste que organizan el tránsito desde el bullicio de la ciudad hasta la quietud del altar principal. A ambos lados, banderas de colores ondean bajo la lluvia, señalando que se trata de un espacio vivo, aún en uso, no un mero vestigio arqueológico.


En el primer patio, los árboles enmarcan un espacio abierto donde la vegetación se mezcla con los muros rojizos. Al fondo se alza un pórtico de columnas rojas y tejado anaranjado, de apariencia sencilla pero cargada de simbolismo. Ese umbral señala la entrada al espacio interior, donde comienza el tránsito hacia la sabiduría de Confucio. Bajo el tejado, los visitantes se resguardan de la lluvia, y el contraste entre la madera carmesí y el verdor de los jardines intensifica la sensación de recogimiento.

Más adelante, el corazón del complejo se revela en el Pabellón de la Constelación de la Literatura. Su estructura roja de dos pisos, con columnas de piedra blanca y tejado curvo, lo ha convertido en icono nacional, reproducido en los billetes de 100.000 dongs. Aunque es pequeño, concentra una gran carga simbólica: representa la aspiración a que el conocimiento sea tan luminoso como las estrellas. Rodeado de jardines simétricos, el pabellón parece flotar sobre la geometría del espacio, enmarcado por la fronda de los árboles que lo resguardan del ruido de la ciudad.
En torno a este núcleo se encuentran las galerías de las estelas sobre tortugas de piedra. Son más de ochenta losas con inscripciones que registran los nombres de quienes aprobaron los exámenes imperiales entre 1442 y 1779. Cada tortuga sostiene la losa sobre su caparazón, símbolo de longevidad y estabilidad. El conjunto constituye un archivo pétreo de la élite intelectual vietnamita, pero también expone sus exclusiones: durante siglos, solo hombres de familias privilegiadas podían aspirar a figurar en esas listas. Mujeres, campesinos y minorías quedaban al margen. Esa huella elitista atraviesa los siglos y recuerda que la educación, incluso hoy, puede funcionar como herramienta de desigualdad.
Avanzamos por la sucesión de puertas, cada una enmarcando la perspectiva del pabellón central. La repetición de los vanos y el color rojo intenso, mojado por la lluvia, refuerzan la idea de que el conocimiento no se accede de golpe, sino por etapas. Cada umbral es un filtro, un espacio de transición cargado de solemnidad. El recorrido no es lineal: obliga a detenerse, a atravesar simbólicamente fronteras que conducen hacia un saber reservado.
El interior de los templos alberga los altares a Confucio y a los grandes maestros. En la entrada, dos grullas de bronce erguidas sobre tortugas custodian el acceso, combinación de símbolos de nobleza y sabiduría. El gesto de quienes frotan estas figuras en busca de suerte recuerda cómo la solemnidad confuciana se ha transformado en práctica popular, reinterpretada en clave contemporánea.



Los altares principales, tallados en madera dorada, rebosan ofrendas: flores frescas, plátanos, paquetes de galletas y hasta refrescos industriales. Lo ritual convive con lo cotidiano sin contradicción, recordando que el culto en Vietnam no es estático, sino permeable a la vida diaria. Las estatuas de Confucio y de otros sabios presiden el espacio sentados, en actitud reflexiva, con tablillas y libros en las manos. Sus miradas fijas recuerdan la exigencia moral que se atribuía al estudio, concebido aquí no solo como vía de ascenso individual, sino como pilar del Estado.

El recorrido culmina con un contraste evidente: el peso solemne de los altares y las inscripciones antiguas frente a la presencia actual de estudiantes que siguen acudiendo a pedir suerte en sus exámenes. Ese hilo invisible enlaza siglos de historia y convierte el Văn Miếu – Quốc Tử Giám en un espacio donde tradición y modernidad no se oponen, sino que dialogan. El templo se sostiene como espejo de las tensiones del Vietnam contemporáneo: entre privilegio y acceso, entre memoria y futuro, entre lo ceremonial y lo popular.

