domingo, 31 de agosto de 2025

Halong al atardecer



La luz de la tarde en Halong transforma todo. 
Las mismas formaciones rocosas que al mediodía parecen duras, filosas y repetitivas, de pronto se suavizan. El sol, bajo y rojizo, se refleja en las paredes de caliza como si las quemara por dentro. El agua, que durante el día parece de un verde turbio, al atardecer se vuelve espejo de cobre.

Los barcos —que a esas horas empiezan a fondear para pasar la noche— se alinean en silencio. Se oye menos motor, más rumor de platos y conversaciones a bordo. En cubierta, la gente busca un rincón para mirar cómo el cielo se parte en franjas: primero anaranjado, luego magenta, después un azul que anuncia la noche. La bruma que suele cubrir los islotes se espesa justo cuando el sol cae, de manera que no hay línea de horizonte clara, solo un ir y venir de siluetas que se disuelven.

El paisaje es tan poderoso que impone quietud, aunque sigue presente la contradicción: la bahía es parque natural y al mismo tiempo escenario de turismo de masas.