Tras recorrer las salas interiores del Museo Etnográfico, tenemos a nuestra disposición el patio-jardín. Y aunque sigue lloviendo, resulta una visita ineludible. Allí se encuentran las casas tradicionales de diferentes etnias, traídas pieza a pieza y reconstruidas a escala real. No se observan desde la distancia: se caminan, se suben, se atraviesan.
La más imponente, sin duda, es la casa comunal de la etnia Gia Rai. Se alza con un techo altísimo, en forma de triángulo desmesurado. La escalera de troncos tallados conduce al espacio ceremonial; era el lugar de asambleas y rituales comunitarios, una muestra de poder compartido bajo un mismo techo.
Unos metros más allá está la “casa larga” de los Ê Đê, procedente de Dak Lak. No impresiona por la altura, sino por la longitud: un pasillo de madera que parece no acabar nunca. Era la vivienda de familias amplias, diseñada para crecer: cuando una hija se casaba, se añadía un nuevo tramo. Su arquitectura materializa la vida matrilineal Ê Đê. En la entrada, la gran escalera de madera presenta senos femeninos en relieve, símbolo visible de fertilidad y del papel central de la mujer en la organización social de esta comunidad.

En otra zona del recorrido se encuentra la tumba de los Gia Rai, originaria de la región de Tây Nguyên. Es una estructura tipo casa funeraria. El recinto presenta esculturas de madera talladas con hachas, cinceles y cuchillos: figuras humanas —algunas sexualmente explícitas, otras representando mujeres embarazadas, niños, animales o guardianes— que simbolizan la fertilidad, el nacimiento y la vida después de la muerte. Este tipo de tallas formaba parte del rito funerario: los objetos cotidianos rotos, platos, herramientas y modelos de utensilios se colocaban dentro de la tumba para acompañar al difunto en el más allá.



En la “casa larga” de los Ê Đê (Ede Longhouse) existen realmente dos escaleras en la entrada: una decorada con motivos femeninos —una luna nueva y dos senos tallados— conocida como la “escalera femenina”, y otra más simple, destinada tradicionalmente a los hombres. Las fuentes consultadas señalan que la “escalera femenina” se empleaba exclusivamente por las mujeres de la familia y por las invitadas, mientras que la masculina era usada por los hombres. Incluso había sanciones para quien rompiera la norma: dinero, un cerdo o un pollo ofrecidos al espíritu de la escalera.
(Un solo día en Hanói, y ya debía un pollo a un espíritu).