sábado, 13 de diciembre de 2025

Cần Thơ




Las luces eran estridentes. Exageradas. «Un poco demasiado». Nada sutil. Tubos LED, colores saturados, reflejos que compiten entre sí sin pudor. El paseo nocturno entre el Love Bridge y la estatua de Ho Chi Minh no busca elegancia: busca presencia. Y la consigue a base de exceso.

Camino con el trípode abierto y la cámara preparada. Las luces me obligan a decidir rápido: o las rechazo o las acepto como son. Opto por lo segundo. Son muy fotogénicas precisamente porque no intentan gustar a todo el mundo. El río devuelve los colores deformados, el suelo brilla artificial, la noche pierde profundidad pero gana impacto. No hay penumbra: hay escenario.

En medio de ese despliegue, dos chicas se detienen. Me miran, sonríen, y me regalan una banderita de Vietnam. El contraste es casi cómico: gesto pequeño, íntimo, frente a una iluminación desmesurada, casi ruidosa. Supongo que el trípode llama demasiado la atención; aquí la normalidad es pasear, no montar una escena. Aun así, el gesto es limpio, sin interés. Me quedo con eso.




La estatua de Ho Chi Minh aparece bañada en luz dura. No hay misterio, no hay sombras heroicas. Es una presencia cotidiana, integrada en el paseo, iluminada como todo lo demás. Política sin solemnidad. Memoria expuesta, no elevada.
Sigo andando con la sensación de que Can Tho, de noche, no sabe retirarse a tiempo. Pero tampoco quiere hacerlo. Prefiere pasarse que quedarse corta. Y en fotografía, a veces, ese exceso es justo lo que hace que una imagen funcione.