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Esencia de Gehry |
De la visita a la bodega
Marques de Riscal (el Ciego - Alava) me quedo sin lugar a duda alguna con su neo-chateau, obra del arquitecto
Frank Gehry. Probablemente sea una apreciación sesgada por el hecho de ser, me confieso, sensiblemente más proclive a la arquitectura y sus significados, que a los caldos y sus significantes. Sea como fuere, la de
Frank Gehry es una obra magnífica; mágica incluso; exagerada, tal vez.
Voy a permitirme divagar: para alguien que tiene querencias góticas indisimuladas, las emergencias geniales del modernismo ya representaban la promesa verosímil de que la arquitectura no habría de sucumbir fatídicamente al minimalismo funcional, al eclecticismo y a los sobrios neoclasicismos. Gaudí simplemente fue más allá. Algunos querríamos pensar que con Frank Gehry se disfruta de un revisión deconstruída de la obra del venerado Gaudí (sugerencias como esta son siempre muy polémicas). Se me antoja, por ejemplo, que algún tipo de conexión podría existir entre las formas naturales y orgánicas de la Pedrera (casa Millà) y las formas inorgánicas, pero de androide antropomórfico, del museo Guggenheim de Bilbao.
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Alicia en el país de las Maravillas |
La aproximación al neo-chateau de Marques de Riscal se nos plantea sensiblemente más exagerada y aun más deconstruida: como si una espora del Guggenheim hubiese germinado. La inclusión del color (con, pero también, a pesar de todo su simbolismo) o las distorsiones extremas de algunos de su detalles definitorios sugiere un representación pictórica psicodélica de un escenario de Carrol Lewis. Ver asomar por cualquiera de las amorfas ventana la gigantesca figura de una Alicia, reciendesayunada con su pastelito para el crecimiento desproporcionado, no sería - estrictamente hablando - una sorpresa.
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Naturaleza deconstruida |
Lo cierto es que este edificio encandila por la perversión maliciosa de la linea recta: por esa explosión de curvas que evoca los trazos descuidados de un esbozo incompleto.
Me encanta. Cierto. Pero me chirría el color.
Por eso mi primera imagen esta rebeldemente revelada en blanco y negro. No obstante lo cual y en beneficio del colorista acabado, debo decir que se me ha instalado el capricho de volver a contemplar este edificio avanzado el otoño, para que nuevos colores, ocres y tostados, contrapunteen la violencia de ese velo morado que encinta la estructura. El verde reventón de la vid pletórica, bajo el sol desmedido de agosto, satura mi sentido común de la colorimetría.
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Fermentación |
Más allá del edificio, la visita a la bodega es un apreciable ejercicio pedagógico. Los videos de bienvenida delatan las limitadas capacidades actorales de la dirección de la empresa, pero los minidocumentales a los que asistimos en diferentes puntos a lo largo del recorrido están elaborados con un eficaz esmero.
La exploración del lugar transcurre por salas de fermentación y por bodegas, incluida la más recóndita y protegida, donde se guardan muestras de todas las añadas anteriores. La visión global es la de una bodega coqueta, recogida, cavernosa como tantas, pero muy pulida; seguramente menos extensa que mis más recientes referencias: las mastodónticas instalaciones de Codorniu, Rondell y la Masía Bach.
Mejorando las habituales galerías, con sus barriles apilados (desde las más lucidas e iluminadas a las más recónditas y obscuras), la estancia más original es sin embargo el mausoleo de las viejas añadas. El contraste de la temperatura de la luz entre la antesala y la botellería, propiamente dicha, me ha permitido explotar a mi favor la embrujada penumbra del lugar.
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Bodega con algo de luz |
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Bodega (prácticamente) sin luz |
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Acceso a la Botellería |
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Botellería, mausoleo |
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Perspectiva
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