domingo, 29 de marzo de 2020

Chengdu - Qingnian



El paso por Chengdu fue un poco desafortunado.
Si uno no siente especial devoción por los osos panda o si simplemente está de acuerdo que se ven mejor en una pantalla de 4K que desde detrás de un infestado vallado, o a través de un vidrio mugriento, la visita precipitada a Chengdu (como casi todas las visitas precipitadas) resulta totalmente prescindible. Y eso a pesar de ser la capital de Sichuan, que por razones que ahora no vienen al cuento, tuvo un peso literario relevante durante mi educación.

Seguramente la clave es la "precipitación". Los osos panda fagocitan el supuesto interés del turista y los guías locales se aprovechan de ello para darnos oso enlatado para desayunar, comer y cenar. Por eso, abandonados a nuestra suerte en una calurosa tarde del interior de China, optamos por el nada comunista ejercicio de acercarnos a la zona comercial de la ciudad. Un conjunto de avenidas peatonales enlazadas, salpicadas de todas y cada una de las mismas marcas inevitables ya diseminadas por cada rincón del planeta, y alguna que otra muestra de comida callejera local.

Como siempre, el bullicioso e incesante ambiente, envuelto en luz artificial, tan pronto decae el sol, es un espectáculo en sí mismo. Pasear por estas arterias, mezclados pero sin posibilidad de pasar desapercibidos, es una experiencia gratificante. Para los que nos gusta observar comportamientos (dizque fisgar), esta cata inmersiva en otro planeta resulta desbordante. Allá donde poses la mirada sucede una escena que trafulca tu propia comprensión de la normalidad, hasta la sumisión a la idea más humanamente enriquecedora que se puede concebir: que hay más de una normalidad ... y todas son normales.