Ha sido un sábado intenso.
Ya conocía el Parcmotor de Castellolí, pero no se me había ocurrido que pudiera ser una oportunidad fotográfica tan colorista y emocionante. Desde que me propusieron asistir, dos han sido las obsesiones, más o menos frustradas, que he tenido que gestionar.
La primera obsesión: acceder al circuito ... un poco más allá del Paddock. Acceder hasta el paddock no está mal, pero no te ofrece visión sobre esas plegadas inverosímiles que nutren de imágenes épicas a este deporte. Puesto en contacto con el fotógrafo oficial de la rodada, al que le ofrecí recibir un clase retribuida a cambio de poder entrar y acompañarle, me tuve que conformar con un "no", tan aparentemente amable como realmente destemplado.
Lo cierto es que desde el extremo del paddock solo se tiene visión sobre el curvón de derechas que da acceso a la recta principal (zona1). Pero la acción transcurre a unos 40 metros, que no siendo muchos, te alejan ya demasiado. A efectos prácticos, no "entrar" en el circuito te circunscribe a dos zonas simplonas: lo cual da mucha rabia, sabiendo todo lo que esconde el circuito.
Visto que eso era todo lo que había, la segunda obsesión consistía conseguir un zoom suficientemente largo y luminoso como para poder acercarme a la acción. Mi primer reflejo fue el de alquilar un Canon EF 100-400mm f/4.5-5.6L IS II USM. Me puse en contacto con 4 empresas y las 4 tenían el susodicho objetivo "ocupado". Increíble. Nunca sospeché que fuera un objetivo tan codiciado.
Solo me quedaba pedir ayuda a Jorge Botella. Quien me puso en contacto con el fotógrafo Luis Carbonell, que me proporcionó acceso a (¡sorpresa!) un Nikkor AF-S 400mm f/2.8 G ED VR - un monstruo de 5kg de peso y tintes quevedescos: érase una cámara a un objetivo pegada.
¡Qué duro! No es el objetivo con el que gustaría ir de paseo. Y, por si fuera poco, enfoque manual. Finalmente, ni siquiera fue el objetivo que más usé, ni el que mejor resultado me dio. Pero la experiencia de tener que lidiar con tanto cristal bien vale una tarde en el circuito. Disparar con el 400mm me obligó a "plantar trampas": observar la trazada de la moto, enfocar en el suelo utilizando cualquier marca del asfalto, reencuadrar la escena y esperar a que alguna moto pasara por el lugar. Todo ello disparando en ráfaga, porque - probablemente de forma equivocada - plantee un encuadre en el que la moto llenaba el 80% del espacio y capturarla en el lugar preciso requería de más suerte que reflejos. Además, montado en la 50D, viene a ser un 650mm, con lo que dispararle a algo en movimiento es una absoluta locura.
Al final, mis tres amigos moteros han quedado satisfechos con las imágenes. 45 imágenes en total con zooms que revelan su mirada, algún que otro panning y muchas congelaciones que permiten "babear" estas máquinas devoradoras de zumo de dinosaurio.
Gracias por la experiencia.