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Puerta de Brandeburgo (2014), desde la Pariser Platz al final de la avenida Unter den Linden |
Al pie de los caballos, cuando por fin te es lícito mirar sus ojos, es cuando te percatas de lo mucho que finge haber cambiado la viejísima Europa, esa que tapa sus vergüenzas detrás de un paño azul con estrellas doradas.
Asusta.
Hace ya algo más de 28 años que visité Berlín por primera vez. En 1985 todavía quedaban cuatro años para la "caída" del "muro de protección antifascista" (Antifaschistischer Schutzwall) y el panorama era descorazonador. Aunque, casualidades de la vida, por aquellos mismos días, marzo de 1985, una de las personas clave para su caída -
Mijaíl Gorbachov - subía al poder en la URSS al ser elegido secretario general del Comité Central del Partido Comunista.
De aquel viaje recuerdo con gran nitidez (y alguna que otra fotografía - cómo no) la paradoja silente de la Puerta de Brandeburgo; una puerta clausurada, estéril; perdida en tierra de nadie, en tierra de exclusión; entre un muro y una verja. Y coronada por el dislate de la Diosa Victoria.
Un frío domingo de marzo cruzamos a la República Democrática Alemana, al "Berlín del Este", y desde allí pudimos mirar a los ojos de los cuatro caballos que tiran de la cuadriga de la diosa Victoria. Habíamos atravesado el telón de acero; desde su otro lado, con mirada todavía relativamente pueril, constatamos la isotropía de la estupidez humana.