jueves, 3 de octubre de 2019

Los Guerreros de Xi'An

Los guerreros de Xi'An

Aun a riesgo de ser tildado de blasfemo, debo reconocer lo mucho que me decepcionaron los guerreros de Xi’An. O para ser más preciso, y evitar un escarnio mayor del necesario: me decepcionaron la propuesta del museo y la experiencia en el yacimiento.

Es evidente que el ejército de terracota no puede dejar indiferente a nadie, ni por lo que es, ni por lo que significa: 8.000 figuras de guerreros y caballos, a tamaño natural. Con sus rostros individualizados, todos ellos diferentes. Enterrados hace 2.200 años, en el mausoleo del primer emperador Qin, y descubiertos hace menos de 50. Documentales, artículos, imágenes de todo tipo nos han permitido conocer el conjunto con profusión y lujo de detalles. No, los guerreros de Xi’An no dejan indiferente a nadie.

Pero precisamente por todo ello, el visitante llega al museo/yacimiento con una visión bastante asentada de la valía y magnitud del hallazgo, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1987. Puede que incluso, me atrevería a especular, que con una imagen algo magnificada y decididamente idealizada. 

 UNESCO 441


El lugar, que debería ser un centro de interpretación del Mausoleo del Emperador Qin y de su ejército sepulcral de terracota, que podría jugar con el roll "fundacional" de la primera unificación China; o que podría frivolizar con la épica del descubrimiento tan reciente de un “tesoro enterrado”, es, sin embargo, poco más que una nave setentera (foso 1), de aspecto industrial y hasta descuidado. De hecho, por mucho que ensalcen las virtudes de un edificio nacido en la necesidad de ahorrar energía, no deja de resultar un pobre envoltorio. Peor aún: la información escasea y resulta poco menos que inaccesible, pues la horda de visitantes rebosa los espacios de tránsito y colapsa las arterias de un edifico esclerótico. El espacio y su organización apenas permite moverse a empujones, atosigado por el calor humano y obstaculizado por miles de sujetos, cuya única aspiración es hacerse una puta foto (léase, selfi) con cualquier dispositivo al que un ingeniero descerebrado haya conseguido implantar una cámara. Al final, el “yo estuve aquí”, en base a la evidencia fotográfica de turno, es la única aportación que parece sugerir el lugar.


Primer foso, el ejército.
Primer foso, el ejército.
Primer foso, el ejército.


El guía (alias Juan) nos llevó hasta el lugar a primera hora de la mañana, para evitar las aglomeraciones. Allí, rodeados por media humanidad, incapaces casi de movernos, se congratuló de que lo hubiéramos logrado. Al parecer (a pesar de nuestra incredulidad) las condiciones todavía podían empeorar más. A todo esto, añadámosle la generosa contribución de agosto: el calor. La nave mal ventilada y la aglomeración condensan un calor húmedo y cochino que te deja al borde de la anoxia mientras pugnas por alcanzar la barandilla que te da acceso a la visión del yacimiento. Los empujones y fregamientos se suceden. No digo ya los tocamientos – pero tengo mis sospechas. 

Es imposible mantener la posición ni tan siquiera unos segundos. Metido en el vórtice de la expectativa, allá donde todos quieren asomarse, la presión se desborda. Al calor desproporcionado, a los empujones continuos, se les suma también el ruido: los gritos, miles de conversaciones, que se entrecruzan hasta lo ininteligible, generando un agudo y ensordecedor cacareo. 

La punta del iceberg ... impresiona pensar lo que queda enterrado.
Detalle de los rostros y trabajos de restauración.
Primer foso, el ejército y detalle de los caballos.


El segundo foso se haya en un edificio más digno. Probablemente menos problemático, solo porque genera menos expectativa: la iconografía típica se asocia a las vistas del primero de los fosos. 
El edificio también parece construido para soportar una mayor afluencia. Algo en lo que también fracasa cuando recorremos uno de sus laterales, en el que varias figuras, en grandes urnas de cristal, permiten apreciar las figuras de cerca, incluso observar los restos de la policromía original, que la exposición no controlada de los guerreros borró para siempre. Entorno a estas figuras se desata de nuevo la histeria colectiva. Los visitantes se agolpan y disparan sus flashes, alocadamente, contra el escudo de cristal. Dispuestos en una zona con cierta vocación de tránsito, la marea humana te arrastra. Los cuerpos, formando un magma continuo, desfilan viscosos alrededor de los aparadores. No hay forma de ver con calma y detenimiento las estatuas, siempre salpicadas de caras, flashes, el vaho de las respiraciones y una infinita colección de huellas dactilares sobre los cristales.
Por Dios: ni se cabe, ni se respira.


Segundo foso, cuartel de mando.
Segundo foso, asociado a los mandos del ejército.
Figura del segundo foso.


Guerreros expuestos en urnas ... se apreciapolicromía ... y la admiración.
Gracias @anairodriru (Instagram) - ¡me cazaste!
Momentos de concentración.




Un museo aparte, un curioso edificio a varias alturas, acoge los dos carros de bronce que fueron descubiertos en 1980. Se trata de reproducciones, escaladas a mitad de tamaño aproximadamente, de dos carruajes del séquito del emperador: una suerte de abridor del paso; y una especie de alcoba sobre ruedas. Los carros se guardan en inmensas urnas de cristal rodeadas por ... más visitantes, que, de nuevo, más por presión que por voluntad, circulan como pueden por la sala. El edificio se organiza en torno a una especie de patio interior, alrededor del cual se disponen las salas que exponen el tesoro. El hall central sugiere una amplitud que luego no se ve refrendada interiormente.

La sensación general es que alguien subestimó claramente el poder de acceso del turismo. Y no ya el exterior. Cuando el país de 1.500 millones de habitantes se pone a viajar, la presencia de un millar de occidentales es estadísticamente despreciable. 


El hall del museo donde se exponen los carruajes.
El carruaje dormitorio.
Carruaje "abridor".

La tienda del Museo.
Las réplicas, oficiales, pero negociables.
Las guerreras de Xi'An.