Bode Museum |
El Bode Museum de Berlín que resurge de su decrepitud (y de su propia reunificación) en otoño de 2006 es "Stendhal total": un rincón psicosomáticamente abrumador.
El edificio neobarroco, que parece brotar de las aguas del Spree en el vértice norte de la Isla de los Museos, es un lugar exquisito, dispuesto con refinado mimo y con la más atemporal de las elegancias. Un lugar necesario que acoge la Colección de Escultura, el Museo de Arte Bizantino y el Gabinete de Monedas; y en el que el propio edificio, de Ernst Eberhard von Ihne, también es una obra de arte.
Después del Altar de Pérgamo, la Puerta de Istar o el mismísimo busto de la Reina Nefertiti, el Museo Bode podría parecer un segundo plato. Pero nada más lejos de la realidad, pues es quizás el único de los museos de esta prodigiosa isla del Spree en el que existe coherencia entre continente y contenido hasta un grado máximo de soberbia elegancia.
Saturado quizás por todo lo que llevaba contemplado ese día, la entrada en el Bode me supuso esa efímera gota Stendhal que colma el vaso de lo que uno puede soportar sin sentirse confundido, soprepasado, ... incluso vapuleado. Allí, en el vestíbulo principal, bajo su gran cúpula y a los pies de la estatua ecuestre del emperador Federico III, me quedé atónito.
Treinta minutos de sobredosis sensorial: la cámara enfundada y la mirada absorta.
¿Y después?
Después ... las panorámicas.